Los ordenadores no pueden funcionar a la perfección para siempre, y el mío no ha sido una excepción tras muchos años de rendir prácticamente perfecto. Todo comenzó con algo aparentemente simple: una extraña sensación de lentitud que empezaba a apoderarse de mi equipo con Windows 11.
Fueron síntomas bastante sutiles al principio, pero que poco a poco se volvieron realmente molestos. Lo primero que noté fue que, cuando el sistema comenzaba a actualizarse o a copiar archivos en la unidad de almacenamiento, el ordenador se volvía prácticamente inutilizable: se quedaba colgado, no abría más aplicaciones y todo lo relacionado con la lectura de archivos desde el disco duro quedaba prácticamente paralizado. Lo mismo ocurría al instalar juegos o programas.
Al principio lo achaqué a una actualización del sistema operativo o incluso a la posible presencia de un virus que estuviera consumiendo demasiados recursos. Pero tras descartar todas esas posibilidades, solo me quedaba mirar hacia un lugar: la unidad de almacenamiento principal del ordenador.
El rendimiento del SSD, que habitualmente es sinónimo de velocidad y agilidad, comenzaba a degradarse de forma casi imperceptible. El arranque del sistema se demoraba algunos segundos más de lo habitual, las aplicaciones tardaban más en abrirse y, en ocasiones, el sistema se congelaba al instalar algo o al leer datos del disco. Todo esto acabó haciéndose insostenible.
No llegué al punto de experimentar errores de lectura de archivos que los corrompieran o que impidieran abrir carpetas, pero la realidad es que, en una era en la que nos hemos acostumbrado a la inmediatez, una simple pérdida de rendimiento a la hora de instalar o ejecutar algo puede generar una frustración considerable. Sin embargo, estos eran síntomas subjetivos, y necesitaba evidencias objetivas de que era hora de cambiar la unidad de almacenamiento.
Lo primero que hice: usar el símbolo del sistema
Una de las primeras acciones que tomé para comprobar si el problema está en mi unidad de almacenamiento, como sospechaba, es entrar al símbolo del sistema con permisos de administrador. A partir de ahí solo tuve que introducir el siguiente comando:
chkdsk
/f C:
Tras analizar la unidad de almacenamiento, Windows no encontró ningún problema que mereciera solución alguna. Pero yo sabía que algo no estaba funcionando de manera correcta, y era lógico por la cantidad de años que tenía a sus espaldas y el gran uso que le he dado a lo largo de todo este tiempo.
Profundizando en el diagnóstico: CrystalDiskInfo
Para seguir profundizando en el diagnóstico, decidí utilizar una herramienta más detallada: el software gratuito CrystalDiskInfo. Este programa, uno de los más populares y reputados, ofrece una lectura completa de los atributos S.M.A.R.T. de la unidad.
Tras descargar e instalar la aplicación, el diagnóstico era claro: el porcentaje de salud estaba por debajo del 40% y el estado aparecía como “Malo”. Además, se detallaban sectores defectuosos y errores de lectura que no podían corregirse por completo. Esta información, ahora sí, resolvía todas mis dudas con una fuente externa y confiable.
No lo dudé: compré una nueva unidad de almacenamiento e hice la instalación en la torre del ordenador. Literalmente, le di una segunda vida al equipo. Y la verdad es que, tras realizar el cambio, quedó más que demostrado que ahí estaba el problema.
En Genbeta | Cómo liberar espacio en Windows: seis formas con las que ahorrarás mucho almacenamiento en tu disco duro o SSD
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La noticia Así confirmé mis sospechas de que el SSD de mi PC con Windows 11 estaba a punto de morir fue publicada originalmente en Genbeta por José Alberto Lizana .
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