Ocurrió en enero de 2024. En una sociedad que cambia a ritmo vertiginoso, los jóvenes de Corea del Sur llevaban tiempo mostrándose reacios a un menú que formó parte de la cultura de la nación durante siglos: la carne de perro. Entonces se produjo un cambio de legislación, el “menú con perros” se pasó a prohibir, persiguiéndose la práctica con tres años de cárcel.
El problema ahora es numérico: qué hacer con medio millón de perros.
Extinción a la fuerza. Lo contaba en un extenso reportaje la BBC. La prohibición nacional del consumo de carne de perro en Corea del Sur, aprobada en 2024 y cuya implementación culminará en febrero de 2027, ha sumido a miles de granjeros en la incertidumbre y la desesperación. Durante generaciones, la cría de perros para carne fue una fuente de ingresos legítima y, para algunos, incluso honorable.
La histórica decisión de Corea del Sur de prohibir la venta de carne de perro en 2024 marcó un punto de inflexión cultural tras siglos de tradición culinaria que incluía platos como el bosintang, una sopa apreciada antaño por sus supuestas propiedades vigorizantes.
Medio millón. Hoy, sin embargo, figuras como el reverendo Joo Yeong-bong (líder religioso y presidente de la Asociación Coreana de Perros Comestibles) describen una situación insostenible: los comerciantes han desaparecido, las deudas se acumulan y los medios para subsistir se desvanecen.
No solo eso. Contaba el Times que muchos granjeros poseen cientos de animales que ya no pueden vender, perros cuya reubicación es compleja o directamente imposible. El gobierno ha ofrecido una compensación de hasta 600.000 wones por perro a quienes cierren sus granjas antes de plazo, pero la medida es percibida como insuficiente y mal estructurada frente a una industria que todavía cuenta con cerca de 500.000 animales en cautividad.
Una tormenta ética y política. La aparente victoria del movimiento animalista ha destapado una paradoja angustiante: los perros salvados del matadero podrían terminar siendo sacrificados de todos modos por falta de alternativas. La mayoría de estos animales son de razas grandes, seleccionadas por su peso y valor comercial, pero consideradas poco aptas para adopción en una sociedad urbanizada donde abundan los apartamentos pequeños.
Plus: muchas pertenecen o están cruzadas con la raza tosa-inu, catalogada como peligrosa y sujeta a regulación estricta. Y por si fuera poco, se suma la saturación de los refugios, la falta de recursos logísticos y el estigma social que arrastran los perros criados para consumo. Aunque el gobierno asegura que la eutanasia no es parte del plan, incluso líderes de asociaciones de bienestar animal han admitido que muchos perros acabarán siendo sacrificados. Activistas como Lee Sangkyung, de Humane World for Animals Korea, denuncian que ni el Estado ni las organizaciones civiles estaban preparados para absorber las consecuencias de su propio triunfo.
Soluciones parciales. Algunos casos aislados, como el rescate de 200 perros en Asan y su envío a Canadá y Estados Unidos, muestran que la adopción internacional puede ser una válvula de escape, aunque limitada. Destacaba la BBC que testimonios como el del ex granadero Yang Jong-tae revelan una transformación emotiva: ver cómo los rescatistas trataban a los perros con dignidad humana le conmovió profundamente, pese a seguir oponiéndose al veto. Para él, como para muchos en su gremio, la carne de perro no es moralmente distinta a la de vaca o cerdo.
Sin embargo, expertos como Chun Myung-Sun señalan que el consumo de carne canina conlleva riesgos sanitarios superiores por no estar integrado en el sistema cárnico regulado del país. Aunque la carne de perro todavía se consume en países como China, Vietnam o partes de África, en Corea del Sur se ha vuelto cada vez más tabú. En 2024, solo un 8 % de los ciudadanos afirmaba haberla probado en el último año, frente al 27 % en 2015. Desde el anuncio del veto, más de 600 de las 1.537 granjas han cerrado.
Ruina y vacío generacional. Además, el avance cultural trae consigo una factura social dolorosa. Contaba el Times que muchos criadores, especialmente los mayores, han resignado su futuro a la pobreza. Nacidos en épocas de hambre y guerra, dicen poder sobrevivir sin ingresos. Sin embargo, los jóvenes del sector enfrentan una realidad mucho más sombría: endeudados, sin compradores ni salida laboral clara, y atrapados en una actividad condenada por ley.
Casos como el de Chan-woo, un granjero de 33 años con 600 perros y todo su capital invertido, describen la sensación de impotencia al ver que ni el gobierno ni las organizaciones animalistas les han ofrecido soluciones reales. Su historia ilustra el choque entre un sistema moral en transformación y una economía informal dejada al margen. Lo que comenzó como una lucha por la compasión animal corre ahora el riesgo de traducirse en un desastre humanitario inadvertido.
El coste invisible. El gobierno surcoreano invierte actualmente unos 4,3 millones de dólares anuales en ampliar refugios y apoyar instalaciones privadas, pero aún carece de un plan sólido para la “disposición” de los perros. Los defensores de los animales han reubicado miles desde 2015, pero advierten que no pueden absorber el volumen actual.
Los granjeros, por su parte, claman por una ampliación del periodo de gracia, aunque algunos temen que ni eso baste. Joo Yeong-bong alertaba que si no se encuentra una vía sostenible para resolver el destino de los perros y los humanos atrapados en esta transición forzada, las consecuencias en 2027 podrían ser trágicas.
Así, mientras la prohibición de la carne de perro en Corea del Sur puede representar un hito moral para la gran mayoría, también deja al descubierto los dilemas éticos, económicos y sociales que surgen tras la aprobación de la ley.
Imagen | Pexels
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La noticia Corea del Sur se ha encontrado con un gran problema: qué hacer con el medio millón de perros que ya no se pueden comer fue publicada originalmente en Xataka por Miguel Jorge .
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