Hace ya tres años, el Gobierno rebajó la velocidad máxima en todas las carreteras secundarias a 90 km/h. La mayor parte de los ojos se pusieron en este cambio de la norma pero otro igual de importante pasó un poco por alto. Las calles de un solo carril por sentido pasaban a estar limitadas a 30 km/h.
Los motivos eran claros: la velocidad, especialmente en ciudad, mata. En Londres, un estudio apuntó que rebajar la velocidad a 20 mph (unos 38 km/h) había reducido los atropellos en los que un peatón recibía graves daños en un 42%, con especial incidencia en los niños.
En España, Pontevedra lleva décadas circulando a una velocidad muy baja y han conseguido datos excepcionalmente buenos. Aunque la DGT tuvo que allanar el camino durante algún tiempo con las ya clásicas polémicas declaraciones de Pere Navarro, lo cierto es que rebajar la velocidad en ciudad hacía tiempo que era una tendencia en toda Europa.
Con todo esto sobre la mesa, la DGT dio el paso por fin en 2021. Todas las calles de un carril por sentido, como mínimo, estarían limitadas a 30 km/h (y a 20 km/h si la plataforma es única para la calzada y la acera). Los 50 km/h quedan limitados a las calles con más de un carril por sentido. De ellos, es muy probable que alguno esté limitado específicamente por estar dedicado al paso de bicicletas y otros vehículos de movilidad personal.
Todo esto suena ideal para caminar por los centros urbanos y las calles con aceras más o menos amplias. Pero, ¿qué sucede en los nuevos barrios?
Que los vecinos temen cada vez que tienen que cruzar un paso de peatones.
La solución: un ladrillo.
Vivir en un barrio de Fórmula 1
Todas estas decisiones para pacificar el tráfico pueden haber surtido más o menos efecto en el centro de las ciudades. Especialmente en aquellas muy densamente pobladas o una aceptación muy alta del turismo. La cantidad de personas en las aceras, en las inmediaciones de la calzada y la morfología de las calles ya suponen un escollo para circular rápido en ciudad. Al menos aplicando el sentido común.
Pero de nada parece haber servido en los PAU, enormes barrios residenciales diseñados en los años 90 que se han definido por sus avenidas gigantescas y por necesitar una basta cantidad de terreno para acoger a los miles de vecinos que lso conformas. Un ejemplo gráfico: el desarrollo sureste de Madrid no entraría dentro de la M-30.
Por su morfología, estos barrios se han convertido en un infierno para los peatones. La mayoría de estos barrios cuentan con enormes aceras por las que apenas pasea gente. El transporte público está mal conectado y cruzar de lado a lado de la calle, como en el caso superior, conlleva cruzar hasta ocho carriles.
Hablamos de cruzar la calle porque dar una vuelta por el perímetro de las rotondas puede ser otro infierno en sí mismo. En Móstoles se optó por eliminar los pasos de cebra en una rotonda de tres carriles para facilitar la fluidez del tráfico. En Sanchinarro, otro de los famosos PAU de Madrid, tienen una rotonda en la que entraría dentro la Puerta del Sol de Madrid.
Todo ello ha llevado a crear una suerte de autopistas dentro de la propia ciudad. Sin barreras arquitectónicas y con la tranquilidad de que los peatones son excepcionales, los vehículos circulan a sus anchas a una velocidad demasiado alta.
En El Periódico de España explicaban cómo se han disparado los accidentes en las calles de estos barrios. Algunos de sus vecinos hace tiempo que no dejan de clamar por más resaltos y semáforos que traten de pacificar un poco el tráfico. En ese artículo destacan un dato:
En 2021 hubo 654 accidentes por cada 100.000 habitantes en El Cañaveral, frente a los 543 que registró todo Madrid. En Valdebebas ha habido 227 accidentes en el mismo período, pero con tasas anuales inferiores a las del conjunto de la capital.
Es precisamente en ese último barrio, Valdebebas, donde algunos vecinos se han hartado. Solución: cruzar la calle con un ladrillo en la mano.
Como cuenta en Twitter X la cuenta Madrid Decadente, algunos vecinos han dispuesto un ladrillo en el suelo, junto a un paso de cebra, y un cartel en la zona superior. La fórmula para cruzar con una mayor seguridad es sencilla:
- Coger
- Mirar
- Saludar
- Cruzar
Una vez se cruza, el ladrillo se devuelve a tierra, junto al cruce, para que otro peatón disfrute de las ventajas de cruzar “armado”. Responde otro usuario con otra idea: cruzar grabando con el móvil hacia la carretera.
La idea no es original del norte de Madrid. En Vancouver se viralizó la idea el pasado 1 de abril durante el April Fool’s Day, su particular Día de los Santos Inocentes.
Allí, una asociación denominada Vision Zero Vancouver, que pelea por mejorar la seguridad vial y reducir los siniestros en la ciudad, publicó un vídeo en el que animaba a utilizar unos ladrillos para cruzar las calles. Cansados del poco respeto de los conductores, decidieron pasar a la acción.
En este vídeo, una de las portavoces explica que la actividad empezó como una broma pero que se trata de visibilizar el riesgo que corren los ciudadanos cuando tratan de cruzar la calle. Antes, se habían puesto en marcha campañas que también jugaban con la broma de entregar una bandera o un chaleco reflectante a los peatones. El ladrillo no es más que una opción más llamativa.
Para rebajar un poco el sentir general, los ladrillos utilizados eran de espuma (muy al contrario que los de Madrid), aunque también recibió críticas.
No sabemos qué recepción ha tenido la acción en Valdebebas pero es evidente que la problemática existe. Si alguien duda del espacio que hay en este barrio para que los coches circulen a sus anchas, este es el lugar elegido para que Madrid tenga su circuito de Fórmula 1.
Ante coches que viajan a la velocidad de los monoplazas, algunos peatones tienen su propia solución.
Imagen | rivage y Matt W Newman
En Xataka | El urbanismo importa: así se diferencian los barrios ricos y pobres en sus calles y edificios
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La noticia Cruzar un paso de peatones en un PAU se ha convertido en un deporte de riesgo. Hasta que llegaron los ladrillos fue publicada originalmente en Xataka por Alberto de la Torre .
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