En diferentes artículos he contado mis experiencias como persona que teletrabajaba desde antes que se pusiera de moda, desde el año 2009 y también cómo era ser nómada digital en esa primera década del 2010 cuando las tecnologías no eran tan buenas como ahora y sobre todo cuando yo decidí irme a países a vivir como Marruecos, Vietnam, Colombia o Bosnia y Herzegovina.
Pues, con el paso de los años tanto, trabajo agota, más a la hora de viajar y también me llegó la morriña de mi tierra (o señardá como se dice por aquí). Así que después de la pandemia empecé a plantearme la idea de volver a vivir en Asturias, que es mi lugar de origen. Gracias al teletrabajo me he podido mudar, tras una larga búsqueda de la casa de mis sueños, a una aldea cerca de mi pueblo de origen.
Ahora, sigo siendo ‘un poco’ nómada digital para conocer las realidades de otros países, pero por períodos cortos. Como os conté este año, hace unos meses estuve en Senegal conociendo ese país que es muy interesante, pero mi vida se ha vuelto mucho más tranquila. En la zona en la que yo vivo no hay mucho trabajo relacionado con mi formación, pero puedo vivir en una aldea y seguir desarrollándome profesionalmente (amo el periodismo y la comunicación) gracias al teletrabajo.
Mis pros y mis contras
Mi experiencia está siendo genial, muy bonita pero también creo que es porque tengo la parte de la libertad de seguir viajando cuando a veces me entra un poco el cansancio de la rutina y necesito ir a lugares nuevos.
Partiendo esta idea, decidimos desde Genbeta entrevistar a diferentes personas que han decidido mudarse a una aldea o pueblo desde una gran ciudad, gracias a que teletrabajan y aquí tenemos diversos testimonios de personas que cuentan su experiencia lejos de la gran ciudad.
A mí me encanta, pero no todo el mundo tiene que llevarlo igual. Al fin y al cabo, la vida es muchísimo más tranquila y hay cosas que siempre nos faltan (uno de mis lugares favoritos del mundo, donde he vivido mucho tiempo, es la Ciudad de México… y estar en una ciudad tan viva como esa, me falta mucho).
Personalmente lo que más valoro de vivir en una aldea, aparte que a mí me encanta la naturaleza y ver el color ver verde alrededor me da la vida, es que, en comparación con la vida en las ciudades, el costo es mucho más asequible, puedo tener mi huerto (tengo mis tomates, mis acelgas y mis calabacines, aunque este año con el clima raro que hemos tenido se están tardando en dar), puedo trabajar viendo naturaleza por la ventana y he podido comprar una casa que me encanta a un precio razonable, en comparación con lo que veo que mis amistadas pagan en las ciudades.
De hecho, el coste de los elementos básicos de la vida se ha convertido en una gran fuente de frustración para muchas personas, y no es para menos. Además, mis vecinos y vecinas me han acogido con mucho cariño (tengo escuchado historias de gente que llega a lugares enanos, como este, donde la gente no está cómoda con gente que no conocen, pero lo mío ha sido al contrario, me siento muy arropada).
También estoy cerca del pueblo en el que nací y, aunque mis amistades viven casi todas en otros lugares, cerca tengo a mi familia y conozco a mucha gente en el pueblo (no a tanta, porque al fin y al cabo me fui de aquí con 18 años y aunque volvía a menudo a pasar meses con mi familia, también gracias al teletrabajo, no es lo mismo que vivir aquí).
También tengo servicios cerca: hipermercados, tiendas y bares a 20 minutos a pie. No es una aldea aislada. Yo soy muy sociable y no me gusta mucho conducir así que si tuviera que coger el coche cada vez que tuviera que hacer un recado o ver a gente, me costaría más vivir aquí.
Otra cosa es que, como conozco a mucha gente por muchos sitios y siempre hablo tan bien de mi Cuenca Minera Asturiana, en mi casa recibo visitas a veces. Son varias las ocasiones en el año en que vienen amistades de otros países. Este verano, por el momento, han pasado unos amigos de Nueva York y otros de Siria que viven en Holanda. Y esas visitas de gente a la que quiero y que llegan con sus historias bonitas, me dan mucha alegría.
En cuanto a tecnología, tengo fibra y el internet funciona muy, pero que muy bien.
Pero sí hecho de menos muchas cosas que tienen vivir en una ciudad: tener una gran variedad de restaurantes donde comer; ciudades grandes donde improvisar cualquier plan con cualquier colega un día (aquí los planes de improvisación están limitados y las ciudades asturianas no son grandes); conocer gente totalmente nueva sin esperarlo; el anonimato a veces; bailar cosas que no se bailan por aquí y, por tanto, no tengo lugares a los que ir; perderme en un barrio que no conozco de nada, de una ciudad…
En las siguientes líneas veremos la experiencia de otras personas.
De Barcelona, como CEO de una empresa, a una aldea
Antonio Horcajo Nicolau es el fundador, CEO y director creativo de identty, una agencia creativa especializada en diseño estratégico e innovación. La decisión de mudarse, junto a su familia fue “de forma muy fluida, pensábamos trasladarnos los fines de semana y a partir del día que entramos a vivir ya no nos quisimos ir“.
En su caso, aunque vive fuera de la ciudad, tiene que ir varios días a la semana. “Una hora y 20 y 120 kilómetros por trayecto” aunque en la agencia, afirma, hay flexibilidad en cuanto a teletrabajar. Horcajo es de los que siente que la colaboración en persona mejora el trabajo: “al final hay que estar con el equipo, se nota mucho cuando estamos juntos”.
El hombre vivía en Barcelona. Lo que más echa de menos es tener “la oferta cultural a un paseo, es lo único” afirma. Lugares como poder improvisar planes a la vuelta de la esquina es un cine, teatro y museos.
Lo que más valoro es la salud mental y física que da. Ahora que soy papá, aún valoro más lo que va poder tener mi hija (aunque luego quiera mudarse para descubrir mundo). Lo que menos me gusta es necesitar el coche para todo.
En el caso de la aldea de Horcajo y su familia, comenta que “la infraestructura de internet la he tenido que crear yo ya que no había capacidad suficiente con lo que se ofrecía”.
Desarrollando software: primero en Madrid ahora en un pueblo de Almería
Concha Asensio Martínez-Rives, es desarrolladora de software. Empezó a teletrabajar en enero de 2021. “Además de desarrolladora, también soy abogada (estudié Derecho y Ciencias Políticas) y hasta ese momento había trabajado tanto en despachos de abogados, como en departamentos de recursos humanos y relaciones laborales en dos grandes empresas multinacionales”.
No le gustaba esa vida y se recicló profesionalmente. “Quería tener una mayor flexibilidad y, sobre todo, posibilidades reales de conciliación. Además, llevaba viviendo muchos años lejos de mi familia y, tras el COVID, sentí la necesidad de acercarme más a ella”. Sus padres viven en Huércal-Overa, un pueblo del levante almeriense y cuando empezó a teletrabajar decidió con su familia mudarse desde Madrid a Villaricos, un pequeño pueblo costero, de unos 700 habitantes, cerca de Huércal. “Esto habría sido imposible si no hubiéramos estado teletrabajando”, afirma.
Lo que más ha echado en falta lo resume la especialista en software con estas palabras: “Antes vivíamos en Madrid y sí que hay algunas cosas que se echan de menos, como la variedad de oferta de ocio y gastronomía, muchos servicios y, sobre todo, las comunicaciones. En el primer pueblo donde vivimos, Villaricos, apenas teníamos servicios y necesitábamos el coche para prácticamente todo, desde comprar en el supermercado hasta ir al gimnasio, banco, médico y demás, para lo cual teníamos que conducir hasta el pueblo de al lado. En invierno, además, al tratarse de un pueblo de costa, la vida es mucho menor”.
Pero también tiene sus partes buenas: “vivimos muy tranquilos y en una casa con una terraza enorme y enfrente del mar. No tienes la sensación de ir con prisa todo el día y, aunque tenemos que coger el coche para muchas cosas, en 5 o 10 minutos tenemos acceso a lo que necesitamos en nuestro día a día”. Ahora se han mudado a Huércal-Overa, un pueblo de mayor tamaño que cuenta con muchos más servicios y con más opciones de ocio. Aunque siguen echando las mencionadas ventajas de la vida en la ciudad.
Lo que más valoro es la tranquilidad y el ritmo de vida. Todo es más pausado, no hay tantas prisas. El poder ir andando a cualquier sitio, porque todo está cerca. Tener el campo o el mar a sólo un paso y la cercanía con la gente, que te conozcan y te llamen por tu nombre. Ir a desayunar a un bar y que cuando te ven llegando ya empiezan a ordenar “lo de siempre”. Esto, a su vez, quizá es una de las cosas que menos me gusta, que todo el mundo te conoce y pierdes esa parte de “anonimato” que tienes en una gran ciudad. Por otra parte, a mí me encanta hacer planes fuera de casa: ir al cine, al teatro, comer fuera… y eso es bastante limitado en el pueblo. Siempre tienes los mismos 3 o 4 sitios a los que ir, si quieres algo distinto, tienes que coger el coche para ir a otro pueblo o a Almería o Murcia capital, que están a 1 hora de coche.
En cuanto a la tecnología, problema ninguno. Explica Asensio que “hemos tenido fibra en ambos casos”. En cuanto al teletrabajo y la vida sin obligación de una oficina, está contenta, aunque nunca se sabe qué puede pasar. Ir a la oficina le complicaría su vida: ahora “cerca de mis padres (que se están haciendo mayores) y con un hijo de 2 años, no es algo que me encaje demasiado y me sería bastante difícil volver a eso”.
Historias desde México: “Llevaba desde 2015 intentando que nos reuniéramos por Skype”
Arturo Placencia es fundador de kursery.com. Él nos ha contado su historia desde México. Recuerda que “desde el 2015 yo trataba de convencer a mis clientes y prospectos de ser más eficientes al reunirnos por Skype” porque, afirma, “el tráfico es una pesadilla en Monterrey y en horas pico, puedes dedicar 90 minutos en un trayecto que debería de durar 30 minutos”.
En el año 2019 rentó o alquiló una casa en un Pueblo Mágico llamado Villa de Santiago. “Está a solo 30 minutos de la ciudad de Monterrey, pero cambia por completo la vida y hasta la arquitectura. De hecho es un lugar turístico y cuenta con bastantes propiedades de muy buen nivel”. Dice que su hijo era pequeño, así que decidió hacer de su casa su oficina y estudio para transmitir webinars entre semana y el viernes por la tarde, se iba con su pareja y su hijo a pasar el fin de semana a la Villa de Santiago.
Llegó la pandemia y decidimos quedarnos en Villa de Santiago. Nos pudimos aislar y enfocarme en el teletrabajo. Pero lo mejor es que todas las tardes, me iba con mi hijo a caminar hasta 5 km. Pasamos momentos increíbles. Cientos de conversaciones entre los dos, lo que para mí no tiene valor. Algo muy importante es que la casa tenía un terreno mucho más amplio y teníamos espacio para jugar y trabajar.
Otra cosa que le encanta de haberse escapado de Monterrey (una de las mayores ciudades de México) es que la gente es muy acogedora: “se notaba en todo momento su amabilidad y desacelerado ritmo de vida. Todos saludan en la calle y es fácil entablar conversación con todas las personas”.
En cuanto a tecnología, sin problema: “la conexión a internet era excelente, porque tenía fibra óptica y 100 mb aproximadamente de velocidad”. Hablo de los tiempos de pandemia cuando, “por las mañanas mi pareja tomaba clases de fitness online, mi hijo su escuela virtual y yo trabajando” y todo el mundo podía llevar sus tareas eficientemente sin problemas de internet.
Ahora, desde 2023, la familia ha regresado a Monterrey aunque recuerdan con nostalgia la vida más tranquila. “Nos regresamos a la casa de Monterrey y sigo haciendo home office o trabajo desde casa. Aunque al mes tengo unas 5 reuniones con clientes y aprovecho el tráfico para escuchar podcasts de mi ramo”.
Un inciso: Hay que tener en cuenta que Villa de Santiago tiene casi 50.000 habitantes. Una diferencia enorme con mi aldea donde somos unas decenas. Pero, para quien no conozca México, las ciudades allí son tan enormes que la gente puede llegar a llamar ‘pueblo’ a su ciudad de cientos de miles de habitantes (una de mis mejores amigas se pasó meses hablándome de su pueblo y resultó que es un lugar de un millón de personas).
Ahora, dice Placencia que “de ninguna manera me gustaría regresar a una oficina. Ya nació mi segundo hijo y lo estoy disfrutando mucho, gracias al teletrabajo. Mi hijo mayor, me pregunta asombrado porque los papás de muchos de sus compañeros de escuela, no van a sus festivales y eventos y cuando le explico que tienen que ir a trabajar a su oficina o negocio, noto que no imagina ese estilo de vida”.
Imagen | Foto de Lachlan Gowen en Unsplash
En Genbeta | El teletrabajo puede perjudicar a los empleados más jóvenes. Les quita visibilidad y capacidad de aprendizaje
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La noticia Me he mudado a una aldea gracias al teletrabajo: esta es mi historia y la de otra gente que ha dado un cambio total a su vida fue publicada originalmente en Genbeta por Bárbara Bécares .
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