En las clases de la universidad abordamos con los estudiantes cómo dialogar con los negacionistas. Buscamos y desarrollamos argumentos, pero también formas de empatizar con las personas que niegan el cambio climático, que niegan especialmente la injerencia humana en el clima. Es muy difícil mantener la calma ante personas que se muestran deliberadamente refractarias al conocimiento científico. Pero es todavía más difícil mantener esa calma cuando vemos las consecuencias de no escuchar a la ciencia y vemos el terrible impacto del cambio climático en la gente. Se vuelve dificilísima la convivencia con personas agresivas y rotundas que no solo desoyen a la ciencia, sino que la enjuician y la descalifican. Es doloroso ver e incluso experimentar el odio de estas personas mientras constatamos que el cambio climático ha hecho mucho más virulentos y destructivos a los huracanes, como ha sido el caso de Helene y Milton en la costa este de Estados Unidos, y amplifica el poder destructor de las danas. Cuando vemos las muertes, el sufrimiento y los daños que podrían haberse evitado o reducido si hubiéramos tomado consciencia todos y todas del clima que tenemos hoy, aquí y ahora. En estas circunstancias se vuelve agónico gestionar el odio del que somos objeto muchos y muchas de los que explicamos lo que pasa y por qué pasa.
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